Muchas enfermedades crónicas transcurren entre períodos de cierta calma, en los que los síntomas son manejables –con la medicación y/o el tratamiento adecuado y habitual-, y períodos de empeoramiento agudo, en los que uno o más problemas de salud se salen de control y requieren de un tratamiento diferente o intensivo. En castellano, para estos períodos de “salida de control transitoria” de las enfermedades crónicas se utiliza el término “brote” (o bien “recaída”). En inglés se habla de “flare-up”, y en francés, de “poussée”.
En el idioma que gustes, si no son tratados adecuadamente, estos períodos de zozobra pueden ser desde angustiantes hasta emocionalmente devastadores. Porque no solamente requieren del tratamiento médico correcto, que hará que eventualmente la enfermedad vuelva a su ritmo crónico dentro del promedio, sino también del manejo emocional, en el que no solo podría participar la persona afectada, aplicando métodos que haya aprendido para pilotear la tormenta, sino también, eventualmente, un equipo sanitario que le brinde una red de contención para atravesarla. Esto último, por desgracia, no es habitual que suceda en enfermedades como el SED, desconocidas y minimizadas, pero tampoco es habitual (a menos leyendo las opiniones de cientos de personas en foros y grupos de apoyo), cuando conviven con el SED otras enfermedades crónicas que también producen brotes.
En general, pareciera que el médico tratante (o los, si hubiera más de uno) se encarga del tratamiento sintomático físico (muchas veces medicamentoso), y no mucho más.