11 de octubre de 2021

Hablemos de bullying

Definición de bullying

nombre masculino. Acoso físico o psicológico al que someten, de forma continuada, a un alumno sus compañeros.

Algunos niños con Síndrome de Ehlers-Danlos sufren de bullying o acoso, escolar y extra escolar (es decir, en el ámbito de los grupos de amigos o conocidos que se reúnen a realizar actividades educativas o de esparcimiento).

Algunas características visibles de la enfermedad, como los hematomas extensos con golpes mínimos y varios problemas de salud de índole variada, o bien llevan a que el alumno tenga que faltar a la escuela, o bien que se vea obligado a usar ropa o calzado diferente del de sus compañeros, vendajes, férulas, ortesis de diferentes tipos y en ocasiones muletas o sillas de ruedas. Esto, sumado al aspecto físico particular que pueden tener debido a la enfermedad (por ejemplo, delgadez extrema, altura diferente de la esperada para su edad, posturas típicas debidas a la laxitud de los ligamentos y a la falta de tono muscular, extremidades largas, un aspecto facial particular) puede terminar haciendo que el niño sea blanco de burlas y de discriminación por parte de sus pares.

Lo peor no es eso. Lo peor es cuando los maestros y directivos del colegio no observan estas actitudes y/o no toman cartas en el asunto, -por ejemplo- hablando con el alumnado sobre la diversidad de los seres humanos, sobre la integración de quienes son o se sienten diferentes del considerado “estándar”, y sobre la empatía, que cuando es mostrada e inculcada desde la infancia temprana, se convierte en algo natural que perdura en la adolescencia y la adultez.

Por desgracia, además algunos maestros y profesores refuerzan el comportamiento de acoso de los niños del grado o curso, utilizando esos mismos motes o apodos, horadando su autoestima y a veces interfiriendo en el rendimiento académico de las víctimas.

Aunque siempre existe la posibilidad de que los padres se acerquen al colegio para reunirse con maestros y directivos para hablar sobre bullying, no todos los niños expresan que están siendo víctimas de esta cruenta forma de discriminación y acoso. Y es que a veces, piensan que si cuentan lo que sucede, y sus padres intervienen, las cosas podrían empeorar. Que es algo que eventualmente puede suceder…

Las familias también pueden intentar que ese niño que se siente discriminado, acosado verbalmente o incluso maltratado físicamente, adquiera herramientas sobre estas cuestiones, que le sirvan para defenderse o para contrarrestar las cruentas actitudes de sus compañeros. Pero como decía, no todos los niños sienten que pueden comentar estas cuestiones en el ámbito familiar.

En una sociedad en la que el aspecto físico se ha convertido en un punto crucial hacia la aceptación o no por parte de nuestros pares, desde la vestimenta hasta la forma de hablar, pasando por cualquier cosa que llame la atención o se aleje de lo considerado “normal”, puede ser motivo de burla. Algunos niños, con alta autoestima, logran superarlo bromeando ellos mismos al respecto, y esto contrarresta los intentos de bullying, por la simple admisión de esa diferencia que justamente motiva el acoso. Pero otros niños, por su timidez, por su forma de ser, o porque no tienen el apoyo suficiente de su familia, se ven sumergidos en una situación en la que las constantes burlas minan su autoestima.

A veces se trata de niños muy inteligentes, con capacidades por encima del promedio, para cualquier rama del conocimiento (arte, cálculo, desempeño físico, trabajos manuales, literatura, etc.), que sienten que no pueden mostrar su potencial, por motes como “cerebrito”, “el nene de goma”, “el que lo único que sabe es dibujar”, y tantísimos más.


En Argentina no hace tanto tiempo que se ha reconocido que la discriminación forma parte del convivir diario en el seno de la escuela. El hecho de que las escuelas permitan la integración de niños con capacidades y aptitudes diferentes de las de sus pares, y el esfuerzo de los maestros por lograr su integración y su avance en la medida de sus posibilidades, es un comienzo. Aunque según tengo conocimiento a través de padres cuyos niños con SED sufren de acoso, no siempre sienten que estas acciones ocurran o ayuden.

Entre los problemas que tenemos las personas con SED cuando somos niños podría nombrar:


  • Dificultades durante las horas de gimnasia. La falla propioceptiva (vulgarmente llamada “torpeza”) hace que varias actividades físicas nos sean vedadas, estemos usando o no ortesis o elementos de apoyo que pueden ayudarnos.

  • Dificultades para sostener un lápiz o un bolígrafo, debido a la laxitud de los dedos y muñecas, que pueden ocasionar que nuestra caligrafía se aleje de lo que los maestros quisieran.

  • Problemas visuales (astigmatismo, miopía, forias, estrabismo, sequedad ocular, cansancio visual, etc.) que pueden impedirnos ver adecuadamente el pizarrón, el cuaderno o los libros que usamos.

  • Dificultades para cargar una mochila o bolso con todos los elementos que usamos en el colegio.

  • Necesidad de más tiempo para copiar lo que los maestros/profesores dictan, ya sea por dispersión (por ejemplo, a causa del dolor), por dificultades para escribir rápido, o por déficit de atención (algo que no hace mucho tiempo ha comenzado a tenerse en cuenta como posible en el SED).

  • Problemas auditivos, que impiden escuchar claramente a los maestros/profesores, especialmente si en el aula el ambiente es bullicioso.

  • Problemas para articular las palabras, que puede hacer que un examen oral se convierta en un martirio, en el que sabemos lo que tenemos que responder, pero nos cuesta hacerlo.

  • Problemas para permanecer de pie durante mucho tiempo, debido a la desregulación del sistema nervioso autónomo.

  • Problemas para permanecer quietos durante mucho tiempo, ya que las articulaciones doloridas hacen que instintivamente busquemos otras posiciones intentando disminuir el dolor.

  • Ausencias reiteradas a clases por problemas de salud, con la consiguiente pérdida del ritmo en el estudio y en sus contenidos.

… y varios más que seguro en este momento se me escapan de la memoria.

Si es que los maestros y profesores tienen en cuenta estos problemas, podrían hacernos sentar en los primeros asientos, cambiar ciertas actividades de gimnasia por otras, tomarnos examen de manera diferente que a otros niños (por ejemplo, escrito en lugar de oral o viceversa), darnos más tiempo para copiar – o en su defecto entregarnos apuntes que pueden servirnos para ponernos al día, tener maestros adicionales que nos apoyen, y tantas otras medidas más que nos ayudarán a avanzar en nuestro estudio.

Pero esto tiene una contracara, relacionada con el acoso: 


Cualquier actitud que se salga de lo normal tiende a ser motivo de burla por parte de nuestros compañeros. Si nos sentamos en la primera fila de bancos, esto puede interpretarse como que queremos “sobresalir” o “impresionar” al maestro o profesor. Si nos eximen de ciertas actividades físicas seremos motivo de envidia; si las hacemos mal, o no podemos hacerlas por más esfuerzo que pongamos, seremos motivo de burlas. Si tenemos que usar calzado diferente (por ejemplo, con contención en los tobillos, sea cual sea el clima), u ortesis de contención para las articulaciones, nos verán como “raros”.

Como sea, nuestra sociedad todavía parece no estar preparada para aceptar lo diferente como algo normal, y ese concepto no parte de los niños, que de pequeños suelen parecer inmunes a las diferencias, sino de algunas familias, los medios y la sociedad misma, que tienden a crear estereotipos.

Cuando tenía en marcha el proyecto de la Red EDA, muchas veces me contactaron adolescentes y padres, describiendo situaciones de acoso escolar. Incluso a veces los niños o adolescentes no querían ir al colegio para no ser víctimas de esas situaciones de acoso, o se sentían deprimidos y abatidos por estas situaciones. 
En ocasiones, habían hablado con los maestros o profesores, con los directivos del colegio, pero la situación no se revertía; ya fuera porque las autoridades no hacían nada, o porque a pesar de dedicar tiempo en clases para hablar sobre la aceptación de las diferencias, en las escuelas suele haber grupos de “acosadores”, que ya sea por su estatus social, o por no haber estado en contacto con personas diferentes a los ojos de lo que se considera normal, o porque sus mismos padres propiciaban -tal vez inconscientemente- esas actitudes festejando los motes de los niños que no cuadraban con su visión de “normalidad”.

Mi experiencia con el bullying


Cuando yo era chica (tengo 54 años, así que esto sucedió hace mucho tiempo…), vivía en un pueblo pequeño que no tenía escuela, y asistía a una que estaba en otro pueblo distante 4km del mío. No había guarderías, ni había preescolar. El colegio arrancaba en primer grado.

Comencé la escuela primaria un año antes (a los 5), porque ya sabía leer, escribir, y los números (algo que logré enloqueciendo a mi hermano mayor para que oficiara de “maestro en casa”).

Primero, en el examen visual que me hicieron para ingresar, me detectaron astigmatismo e hipermetropía, lo que implicaba que no veía bien ni de lejos ni a mediana distancia. Me recetaron anteojos (unos con un marco muy feo, pesado, grueso, para que no se rompiera fácilmente…) y mis primeros motes fueron “cuatro ojos” y “Anteojito”
Para completar, dado que tengo una atrofia en el ojo derecho que ni los anteojos logran compensar, me sentaron en la primera fila de asientos. Allí llegaron mis segundos motes: “Olfa”, “Traga” (*) y alguno más que no recuerdo. Seguramente hoy existen otros motes similares más modernos, que implican lo mismo: quien se sienta en los primeros asientos supuestamente es estudioso y/o quiere impresionar o llamar la atención de los maestros.

(*) En Argentina, hace añares, este apodo hacía alusión al niño que estudiaba mucho ("se tragaba los libros"; es decir, los leía completos y con gran rapidez

El colegio primario al que asistí era rural; creo que el total de alumnos de la escuela no sobrepasaba los 20. No teníamos clases de gimnasia, y la actividad física que hacíamos transcurría durante los recreos con los típicos juegos que nosotros mismos organizábamos. Yo veía cómo mis compañeras hacían la media luna, la vertical, saltaban el elástico, y cuando yo lo intentaba solo lograba terminar en el piso, golpeándome por perder el equilibrio, o enredada en el elástico o con mis propias extremidades. Correr tampoco era mi fuerte, ya que a pesar del calzado abotinado para sostener mis tobillos, me cansaba muy fácilmente, y mi arranque a toda velocidad terminaba a mitad de carrera desplomándome en el piso sin aire. Un tiempo después me diagnosticarían un prolapso de válvula mitral.

Recuerdo mi primer esguince de muñeca, a los 6 años, porque aparecí en el colegio con una venda en la mano derecha, mis compañeros me preguntaron si me había fracturado, y les dije que no; me había esguinzado la muñeca. Curiosamente para mí en ese momento, la mayoría de mis compañeros no conocían ni la palabra esguince, ni la palabra muñeca como parte del cuerpo humano (la asociaban con el juguete con el mismo nombre).

A los 8 o 9 años (si mal no recuerdo) me diagnosticaron reflujo gastroesofágico, y además de recetarme medicamentos para eso, el médico me dio una estricta dieta. Otra “rareza” más: ir a cumpleaños y rechazar todo eso riquísimo (y malísimo para la salud) que se sirve en cualquier cumpleaños, porque estaba fuera de mi lista de alimentos permitidos. Mis compañeros se burlaban preguntándome si estaba a dieta para bajar de peso (cuando era obvio que por mi delgadez no era necesario).

En mi último año de escuela primaria ocurrió algo muy extraño. Por aquel tiempo los alumnos formábamos fila de menor a mayor altura y tomábamos distancia; esto es, poníamos nuestro brazo extendido sobre el hombro derecho del compañero de adelante. Comencé el año siendo la primera de la fila y terminé siendo la última. A los 11 años ya medía  1,70m, algo que hacía que con esa edad pareciera tener varios más. Ese fue otro motivo de burla. Aparecieron los motes “obelisco con patas”, “jirafa”, “tabla de planchar” (ya que había crecido en altura, pero aún no había desarrollado otras partes de mi cuerpo), “fideo”, y tantos otros que ahora se me escapan de la memoria.

Para completar el cuadro, sin demasiado esfuerzo de mi parte, por mis buenas calificaciones, desde primer grado hasta sexto fui acompañante de la bandera; esto es, en los actos escolares estaba al lado del abanderado. En séptimo grado me tocó ser abanderada por mis buenas calificaciones, y eso tampoco fue un gran incentivo para que mis compañeros me aceptaran. Dicho sea de paso, gracias al Cielo ha desaparecido aquello de “premiar” a quien tiene las mejores calificaciones, porque esto en cierto modo hace a la igualdad y equidad.

Lo triste del caso era que yo no estudiaba mucho; simplemente llegaba a casa y me dedicaba a releer y mejorar todo lo que podía mi espantosa letra, porque en un par de días hasta para mí era imposible entender qué era lo que había escrito. Supongo que eso contribuyó a que recordara lo que nos enseñaban en clase.

Cuando comencé el colegio secundario, con mi familia nos habíamos mudado a otro pueblo mucho más grande, y en el primer año del colegio había dos divisiones (comercial y bachiller), cada una con aproximadamente 60 alumnos. El primer día descubrí que había 11 Alejandras en mi curso (bachillerato). El cambio de la escuela primaria rural a esta especie de “monstruo” de colegio (según mi perspectiva en aquel entonces) fue terrible.

Recuerdo esa parte de mi vida como una de las peores. Ingresé con un año menos (producto de haber comenzado el primario antes) y había grupos que parecían tomar el bullying como una especie de apostolado. Llegaban temprano y se apostaban en la puerta de sus aulas, solo para burlarse de quienes pasábamos por allí rumbo a las nuestras. 
Para ese entonces yo ya medía casi 1,80m, y era tan delgada como antes de alcanzar esa altura. Suficiente motivo para volver a recibir todo tipo de motes, aunque esta vez multiplicado a la enésima potencia, porque la adolescencia es una época difícil, en la que suelen formarse grupos reducidos de acosadores, unidos por el motivo que sea, que no tienen el menor prurito en molestar, fastidiar e inhibir a otros con sus molestas palabras, y que se potencian y se sienten protegidos por actuar en grupo.

Algo que recuerdo con mucha claridad es la capacidad que tenía un compañero de mi primer año de secundario para dibujar caricaturas. Un día dibujó a todos los compañeros de curso (incluyéndose) y me dibujó con el ceño fruncido y con cara de persona de avanzada edad. Tiempo después entendería que eso era lo que hacía en mí el mal control del dolor. Me dolían las lesiones, me dolía hacer actividad física, algunas manualidades (entre ellas recuerdo tener que hacer porta macetas de cáñamo, que me da alergia) y toda actividad que implicara mover el cuerpo. Pero en ese entonces los médicos me habían convencido que crecer dolía, y de que tenía dolores de crecimiento. 
Cuando dejé de crecer me di cuenta de la gran mentira que me habían inculcado. No solo no eran dolores de crecimiento, sino que nada explicaba por qué otros chicos crecían mucho sin que nada les doliera. Décadas después me diagnosticarían SED…

En los actos escolares, si estaba demasiado tiempo de pie me mareaba y me desmayaba, y allí había otro motivo de burla: me decían que simulaba para evitar estar en los actos. Nunca, a ningún profesor se le ocurrió ofrecerme una silla, aunque sospecho que habría sido peor, porque todos los demás alumnos habrían pedido una….

Luego vino el rebelde y molesto acné, y recibí los motes de “choclo”, “grasienta”, y tantos otros. Mis dientes apiñados y mis colmillos mal ubicados me valieron el apodo “Drácula”, y así, el acúmulo de apodos maliciosos hizo que nadie me llamara por mi nombre. A lo sumo, el más aceptable era “flaca”, porque realmente lo era, y no me resultaba tan ofensivo.

En los recreos me refugiaba en la biblioteca del colegio, con una compañera que también sufría de bullying, y leíamos mientras los demás jugaban en el patio o charlaban, cantaban o hacían cualquier otra actividad.

Nunca hablé sobre estas cuestiones con mis padres, porque la situación familiar era compleja y no quería agregar otro problema más, así que solo subsistía como mejor podía. Tampoco tenía claro que acudir a los directivos del colegio cambiarían la situación que vivía.

La profesora de educación física del primer año de ese colegio era una mujer extrañamente obesa dada su profesión, que nos incitaba a correr alrededor de un gimnasio (unas 4 calles, con subidas con mucha pendiente). Los primeros en llegar obtenían la mejor calificación, y los últimos… la peor. Para no obtener una nota baja, la primera vez hice TODO mi esfuerzo, y calculando mientras corría que estaba cerca de obtener una nota razonable, de pronto empecé a ver borroso, tuve taquicardia, tropecé y caí estrepitosamente desmayada. Cuando volví en mí, la profesora, en lugar de preocuparse, estaba sumamente enojada conmigo porque había arruinado su prueba de velocidad, y le expliqué que mis padres habían entregado una nota en el colegio donde constaba que tenía un prolapso de válvula mitral. Ella no estaba enterada. Mis compañeros que habían llegado en los primeros lugares también se enojaron conmigo, porque toda la prueba fue anulada.

Luego vino un cambio de colegio, ya que me mudé al sur del país, y las cosas empeoraron muchísimo. Recibía burlas por mi altura, por mi ropa (todo me quedaba corto si era el talle que me correspondía, o era como una bolsa de papas para que el largo de mangas fuera el correcto), por mi torpeza, por mi incapacidad para entonar ninguna canción, por mis anteojos (que finalmente dejé de usar, por vergüenza…).

Me hice de un pequeño grupo de amigos, que como yo eran acosados por otros, y sobreviví junto a ellos hasta terminar el colegio secundario.

En la Universidad las cosas fueron diferentes, porque dejaron de importarme las burlas y los motes. Quería concentrarme en graduarme, y la carrera de biología es muy exigente y requiere de mucho tiempo y dedicación. 
Finalmente acepté que el problema no era solo mío, por darle importancia a todas las cosas que me decían, sino también de quienes, faltos de empatía, no lograban aceptar a personas diferentes.

No soy quién para dar consejos, pero realmente el día en que dejó de importarme cómo me veían los demás y acepté mi cuerpo y mis problemas de salud (derivados del SED, pero que no tuvieron diagnóstico hasta los 39 años), mis compañeros de facultad comenzaron a acercarse, a entablar charlas y amistad conmigo. Quizás esto pueda servirle a alguien que se encuentra sufriendo bullying por su aspecto, por su manera de hablar o de moverse, por su forma de ser, o por el motivo que sea.

También sucede que los tiempos han cambiado mucho. Cuando yo era chica, sentía que había tres grupos de chicos: los acosadores, los acosados y los neutrales (es decir, que observaban lo que pasaba sin intervenir). Estabas en uno u otro grupo, y era raro que alguien hiciera algo al respecto. Incluso los acosados como yo. 

Hoy hay muchos recursos para combatir el bullying, que sufren tantos niños y adolescentes; por ejemplo, en Argentina:



Y si buscás en Internet encontrarás varios más. Cada país tiene diferentes grupos de ayuda a personas que sufren de bullying. Es cuestión de acercarse y consultar.

También es importante – si la situación familiar da para hacerlo- hablar con los padres, hermanos u otros integrantes de la familia; sin vergüenza, solo exponiendo que el acoso está interfiriendo con el rendimiento académico, con el estado de ánimo, o con lo que sea que generen las burlas de quienes se creen superiores, mejores o con el suficiente control como para manejar nuestros sentimientos. 
Tener SED puede provocar todo tipo de problemas, y si alguno de ellos es motivo de acoso, NO hay que dejar que las cosas simplemente transcurran. 
Porque no es correcto. 
Porque todos merecemos las mismas oportunidades. 
Porque no importa si somos altos, bajos; delgados o con sobrepreso; si vestimos tal o cual prenda o calzado; si necesitamos ayuda adicional para alcanzar los objetivos o si los alcanzamos con más facilidad que otros niños o adolescentes. 
Lo importante es combatir con todos los medios posibles la discriminación, el acoso, el bullying y cualquier forma de coartar nuestra libertad de ser quienes somos. 
Con nuestras fortalezas y debilidades. 
Con nuestra forma de ser, tan única como la de cualquier ser humano.

No es necesario que los años de estudio se conviertan en una especie de martirio en el que solo somos sobrevivientes…

Ale Guasp

2 comentarios:

  1. Ale tu entrada de hoy me lleva a otras situaciones vividas, en mi propia casa, de niña, en la escuela primaria después. Pero nada de todo eso me toca las fibras más intimas con dolor. Fueron las situaciones que tuvo que sufrir Mariano no en nuestra casa, pero sí en los grupos de chicos del barrio y en el grupo de pares en la escuela primaria primero, y en la secundaria después. Sumando que lo que más lo perturbó fue que su profesor de dibujo técnico lo llamara mamarracho, mapa de Chile, parecés Laport, frente a un aula llena de varones únicamente. Él era el menor de todos por su fecha de nacimiento, pero desde el jardín siempre ocupó el último lugar en la fila debido a su elevada estatura. Tuvo dificultades con la aracnodactilia que su maestras nunca reconocieron. Pensaban que era desprolijo por decisión propia. Por suerte a los 13 años tuvo la suficiente valentía de contar lo que su profesor le decía sin temor a sus represalias. Y si fui a la escuela a hablar con el director y con el profesor que negó todo abuso verbal. No hace mucho encontré en unos cuadernos el relato que Mariano hizo de sus primeras burlas de sus compañeros que nunca había contado. Se reían de sus piernas extremadamente delgadas. Luego de que nunca fuera en pantalones cortos, ni aunque hiciera mucho calor. Además de llamarlo con varios motes, algunos lógicos (Largo) y otros hirientes. Después de su cirugía para corregir su pecho carinatum a los 19 años, escribió que se sintió un poco más "normal" ya que dejaron de preguntarle "Qué tenés acá" tocándole las costillas prominentes. Toda esas situaciones lo llevaron a desarrollar lo que se llama trastorno dismórfico corporal con toda la carga de sufrimiento adicional a todos sus problemas de salud. Desde los 13 años tuvo el apoyo nuestro y también de psicólogos y psiquiatras. Pero recién a los 26 años tuvo un nombre su padecimiento mental. Fue casi al final de su vida que empezó a entender que con ayuda podría mejorar su enfermedad nerviosa y recién con su participación activa en el tratamiento pudo empezar a superar su trauma y empezar a vivir cuando ya le quedaba muy poco tiempo
    Me queda la tranquilidad que nunca lo abandonamos, que hizo lo mejor que pudo y que al final llegó a superar su profundo dolor emocional. Gracias por tocar este tema que me ayuda a liberar parte de mi propio dolor y apostar a que combatamos todas las formas de bullying. María Julia

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    1. Gracias a vos, María Julia, por contar esta experiencia con tu hijo, tan compleja, tan desgarradora. Porque las dos sabemos que hablar sobre lo que pasa y sobre cómo se maneja, por más doloroso que sea, puede ayudar a otras personas.
      Un abrazo enorme, gracias por leerme siempre,
      Ale

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