Hoy en Argentina llevamos más de 3 semanas de aislamiento social, preventivo y obligatorio (llámese “cuarentena”), decretado por el gobierno nacional el 20 de marzo, y extendido recientemente –en principio- hasta el 26 de abril, a causa de la pandemia de COVID-19.
En mi caso, como ya comenté en entradas anteriores, estoy en un grupo de riesgo, por estar inmunodeprimida por mi hepatitis autoinmune, así que mi aislamiento es tipo monasterio tibetano. Quien sale a hacer compras es mi esposo; yo solo asomo la cabeza cuando no tengo más remedio por cuestiones médicas. Y las he reducido aproximadamente en un 95%.
En casa arrancamos la cuarentena con la pata izquierda, ya que un día antes de que comenzara el aislamiento se desfondó nuestro termotanque, que ya tenía sus buenos años el pobre.
Alcanzamos a comprar uno ese mismo día - en las cuotas que fueran, con el cargo que fuera – porque era urgente hacer algo al respecto, y llamamos a un plomero, que se comprometió a venir al día siguiente para instalarlo.
Se ve que el hombre cumplió a rajatabla la orden del Estado de no salir de su casa, porque nunca apareció por la nuestra. Le enviamos mensajes y nunca los contestó.
Con mucho esfuerzo, inventiva y usando conectores del termotanque viejo, luego de un día y medio de trabajo, con mi marido logramos instalar el termotanque nuevo. En honor a la verdad, yo solo ayudé sosteniendo el termotanque viejo para sacarlo, y el nuevo para ponerlo. Aún con el traje de compresión puesto, mis bisagras me pidieron clemencia durante varios días.
Por suerte llevamos tres semanas sin que nada haya explotado, sin pérdidas de líquidos o gases desde el nuevo aparatejo, y con agua caliente en casa; algo cada vez más necesario, a medida que el otoño se adentra en los confines patagónicos, y la temperatura baja progresivamente.
Un par de días después del aislamiento, nuestra conexión a Internet comenzó a tener problemas; curiosamente, muy predecibles: todos los días, después de las 13:30 hs, la conexión comienza a fluctuar, hasta las 14:30, cuando se corta definitivamente hasta horas que varían cada día; algo que al menos le aporta emoción y expectativa al problema.
Los numerosos reclamos que hicimos vía telefónica no tuvieron ningún efecto. El proveedor del servicio asegura que NO podrá ingresar en nuestra casa para hacer arreglos, por la situación de público conocimiento, y nosotros aseguramos que el problema está –como ya lo estuvo en ocasiones anteriores- en el poste que está en la vereda, en el que están enganchados una decena de cables de todo tipo, de la mitad de los vecinos de la cuadra, y que con el viento terminan desenganchando algo (generalmente, la conexión a Internet). Ni siquiera envían a casa una cuadrilla (de las tantas que andan por la calle; las ha visto mi esposo cuando sale a hacer compras) para verificar si el problema está o no el poste.
Mi esposo está dando sus clases (ahora virtuales) y yo tengo reuniones (también virtuales) usando nuestros teléfonos celulares. Además de que el consumo de datos durante la cuarentena está siendo monstruoso, intentamos planificar nuestras tareas virtuales en función de la nueva modalidad de “internet de a ratos”. “Hey, es casi la 1 y media de la tarde, cuidado que pronto se corta internet”, es nuestro ritual diario. El primero que detecta el regreso del servicio lo comunica a viva voz.
Lo bueno es hasta ahora la cuarentena no ha sido aburrida...
Hace una semana, se rompió el sistema de descarga del inodoro. Un día después dejó de funcionar el ratón de mi PC. Luego se tapó el desagüe de la pileta de la cocina.
Casi todo lo que debe ser reparado implica una compra, que en este momento es exclusivamente por Internet (en casa, preferentemente de mañana, por los problemas con la conexión...), a través de una conocida plataforma de ventas online, que envía desde Buenos Aires hasta Bariloche lo que necesitamos.
Y la llegada de cada envío entra en un ritual de ingreso a casa digno de un laboratorio de sustancias tóxicas: el repartidor llega con guantes de látex y barbijo, rocía con alcohol el paquete, y en caso de que se requiera de una firma, también rocía el bolígrafo; recibimos el paquete con guantes de látex, volvemos a rociarlo con alcohol, lo dejamos afuera un tiempo prudencial, lo abrimos, rociamos el producto con alcohol, y recién entonces ingresa en casa.
Al margen de estas eventualidades, que por suerte hasta ahora hemos podido subsanar, debo decir que las primeras dos semanas de enclaustramiento fueron bastante llevaderas, porque siempre hay actividades que todos vamos postergando, por la razón que sea, y que el encierro nos da la oportunidad de resolver/terminar.
Por ejemplo, yo hice macetas con cemento rápido que sobró de una reparación que habíamos hecho en una pared, cosí un bolso y una bolsa para hacer las compras, y mientras estaba intentando arreglar un dobladillo… se rompió mi antiquísima máquina de coser. Una actividad tachada de mi lista.
¡Pero siempre es posible encontrar algo para hacer! Yo tengo la enorme fortuna de tener jardín, y amo la jardinería, así que durante las dos primeras semanas también me dediqué a arreglar canteros. Eventualmente tuve que abandonarla, porque el frío ha empezado a acobardarme, y no quisiera evitar el contagio de coronavirus, pero terminar resfriada o engripada, así que… ahora recurro a esas actividades tan entretenidas como sacarle la yerba al teclado de la PC (todos los teclados de Argentina, y seguramente de Uruguay también, están llenos de yerba del mate que tomamos mientras usamos nuestras computadoras), lavar cortinas (es una de mis épocas para esta actividad), ordenar (y tirar toneladas de) papeles inservibles, y tantas otras tareas, más o menos agradables.
Algo notorio es el cambio de comportamiento de nuestros dos perros: pasaron del asombro inicial de no ver a nadie en la calle, y del silencio que casi exclusivamente es solo quebrado por los sonidos de teros, bandurrias y chimangos que se acercan al jardín, a comportamientos comiquísimos.
Por ejemplo, el macho, de 7 años ha vuelto a tener actitudes de cachorro: roba cosas y me las deja a los pies para que se las arroje y él las traiga.
La hembra, de 5 años, escucha el más mínimo sonido en la calle, y explota en una serie interminable de ladridos. Luego, agotada, se echa a dormir… en el jardín, aunque ella siempre fue perra “de adentro de casa”.
La conducta más ridícula de los perros consiste en acostarse –por ejemplo- a mis pies, y estallar en gruñidos cuando escuchan que “otra persona” llega desde otro ambiente de la casa. Indefectiblemente, esa otra persona es mi esposo, ya que no hay más nadie en la casa desde hace más de 3 semanas.
Y finalmente, todos los días a las 19hs (sé exactamente la hora, porque es cuando suena mi alarma para tomar un medicamento) se arma una especie de reunión social de perros en la puerta de mi casa, de la que participan los nuestros desde el jardín, y 3 o 4 canes más que vienen quién sabe de dónde. Ladran, gruñen, corren y se agitan yendo de un extremo al otro de la reja, y finalmente los nuestros se desploman agotados. Menos mal, porque eso reemplaza nuestras caminatas diarias por el barrio, que ahora están prohibidas.
No sé si a todos les pase, pero en nuestra casa últimamente tenemos dos decisiones diarias importantes: qué almorzar, y qué cenar. Algo que jamás había sucedido, ya que mi esposo y yo tenemos actividades y horarios sumamente dispares, generalmente no almorzamos juntos, y decidimos la cena cuando está cayendo la tarde. Ahora me dedico a cocinar esas recetas que alguna vez encontré por allí, que me parecieron sabrosas, pero que nunca preparé por el tiempo que requieren. Como tengo mucho tiempo –en tanto y en cuanto consiga los ingredientes- dedico una parte al arte culinario. O invento recetas, con lo que haya en casa. Algunas han sido comidas memorables, y otras fracasaron con todo éxito. Mi esposo también cocina con bastante frecuencia; algo que antes no hacía... por falta de tiempo.
También, por supuesto, dibujo caricaturas, escribo, y me comunico con amigos y familiares a diario a través del celular.
Lo importante, en el fondo, es mantener la cabeza ocupada.
Ayer el Municipio de Bariloche emitió una resolución que prohíbe circular por la calle sin barbijo, o "cubreboca" (entendiéndose por ello, cubre boca Y NARIZ, claro). Dado que conseguir barbijos en este momento es más difícil que juntar arena con un colador, decidí fabricar algunos siguiendo las numerosas indicaciones que pueden verse en Youtube.
En mi zona se usan mucho los buffs (tubos de tela que se pasan por la cabeza y sirven a modo de bufanda).
Siguiendo las indicaciones de los videos, a uno le até gomitas para el pelo a los costados, lo rellené con unas 3 servilletas de papel (para aumentar su espesor) y cuando intenté colocármelo, descubrí que mis orejas son tan laxas como todo lo demás en mi cuerpo. Las gomitas enroscaron mis orejas, y el buff salió volando por el aire.
Mi primer intento, fallido, de mascarilla casera. |
Los elásticos alrededor de la cabeza, al estilo vincha, tampoco funcionaron, porque la parte trasera de mi cabeza, desde la altura de los ojos, se hunde hacia adentro, con lo cual cualquier cosa que intente atar resbala hacia abajo y cae sobre mi cuello.
Luego de una interminable serie de intentos, llegué a la "versión 43.5", en la que coloqué elásticos de una bikini vieja por dentro del buff ubicado horizontalmente (como si fuera una funda de almohada), en la parte superior e inferior. Con sumo cuidado ato el elástico superior en la parte posterior de la cabeza y lo trabo con hebillas de tipo tic-tac, ajusto el elástico inferior por debajo de la cara, lo ato atrás, tomo la parte inferior del buff, la traigo hacia adelante y le hago un nudo. No es la mejor solución, pero si hay que salir a la calle con la boca y la nariz cubiertas, mi invento funciona. Lo mismo fabriqué para mi marido (aunque para él, en lugar de usar elásticos de bikini utilicé cintas elásticas comunes).
Hago un paréntesis para comentar que la Boticaria García, Dra. en Farmacia (Universidad Complutense de Madrid), tiene una interesante página en la que aborda diferentes temas relacionados con la salud y la nutrición. Últimamente publica mucho material en referencia al coronavirus, y hoy, 12 de abril, publicó este artículo en el periódico español El Mundo: “Mascarillas de tela, ¿sí o no?” donde explica la efectividad de diferentes materiales para la fabricación de cubrebocas caseros, la manera de colocarlos y sacarlos, cómo deben lavarse, y aporta la postura de los organismos de salud sobre estos elementos.
Mañana lunes será mi tercera salida de casa desde que comenzó la cuarentena. Me aplicaré la vacuna de la gripe. Si todo funciona correctamente, el vacunatorio que me recomendó uno de mis médicos, me dará un turno en un horario en que haya poca gente (lo hacen con todas las personas que están en los grupos de riesgo). Fantástico.
Uno de los problemas que tenemos hoy en Bariloche –y entiendo que también en el resto de las ciudades del país- es que muchas personas no toman ninguna precaución cuando salen de sus casas: no usan barbijo, no respetan la distancia entre persona y persona (por ejemplo en las colas para entrar en las farmacias), se niegan a que les rocíen las manos con alcohol líquido cuando ingresan en cualquier ambiente público, estornudan o tosen sin cubrirse la boca con el codo, e insisten en dar charla mientras esperan en las colas. Ni hablar de quienes salen de sus casas sin ninguna necesidad de hacerlo.
Quienes estamos en grupos de riesgo y no tenemos más remedio que salir de casa por necesidad, realmente sudamos frío cuando vemos estas cosas.
Habiendo transcurrido más de tres semanas desde el inicio de la cuarentena, y quedando todavía quién sabe cuántas semanas más de aislamiento, muchas personas, con enfermedades crónicas y sin ellas, hemos quedado a mitad de camino con tratamientos o procedimientos médicos.
En mi caso, una cirugía de encías que me hicieron pocos días antes del inicio de la cuarentena era el paso previo para la reconstrucción de varios de mis dientes superiores, cuyos pernos y coronas llegaron al fin de su vida útil. Tengo puestas coronas provisorias, estéticamente espantosas, aunque claramente ese no es un problema justo ahora; el problema es que la cirugía retrajo mis encías, y ahora tengo todas las raíces de esos dientes asomando en mi paladar, lo que me obliga a ser MUY cuidadosa con la limpieza dental. No quisiera terminar con una infección bucal justo en este momento.
También ahora debería estar sometiéndome a una cirugía de estabilización de mi tobillo izquierdo, que tiene un ligamento francamente roto, y que no solo está absolutamente inestable y permanentemente inflamado, sino que además me duele muchísimo en forma constante.
De más está decir que el SED no perdona, y mi tasa de luxaciones diaria no ha disminuido por estar todo el día en casa. Anoche, por ejemplo, mi hombro derecho se luxó mientras dormía, y hoy tengo en esa zona una especie de pelota de rugby caliente. Mi cuello sigue tan inflamado como siempre por su inestabilidad y por sus 5 hernias de disco, mis dedos, manos y muñecas están sufriendo las consecuencias de limpiar mucho más de lo que lo hago habitualmente, y mi lucha a capa y espada con mi obra social para que costee mis medicamentos por discapacidad no se ha detenido; solo ha cambiado de vía. Antes iba a la filial a llevar notas y papeles. Ahora hago reclamos por mail y mediante llamados telefónicos. Dicho sea de paso, esta es otra buena manera de pasar el tiempo: escuchar el tono de espera de llamada, que es una horrenda música de calesita. Cada vez que la escucho, parece que mis oídos vibran.
Mi kinesióloga me ofreció dos veces hacer sesiones domiciliarias de FKT (algo perfectamente justificable por la ley de discapacidad, y enmarcado dentro de los permisos de circulación que fija la cuarentena), pero mi gastroenterólogo (que controla y monitorea mi hepatitis autoinmune y mi inmunosupresión) descartó de plano que ingresen en mi casa personas con las que no convivo desde que comenzó el enclaustramiento, así que… gracias, pero no, gracias…
Quisiera aclarar que no me quejo. Sé que hay personas con SERIOS problemas de salud, que están teniendo tremendas dificultades para tratarlos. Simplemente cuento aquí mi experiencia personal.
Estamos llegando a un punto en el que las noticias locales nos muestran que el número de casos de de la COVID-19 aumenta diariamente en forma un poco alarmante. A esta altura podemos tener un familiar, amigo o conocido afectado por la enfermedad. Esto lógicamente preocupa, e incluso puede asustar, y mucho.
Es muy importante informarse debidamente, acatar las medidas de prevención, no romper el aislamiento, y buscar apoyo emocional si sentimos que lo necesitamos.
Tenemos la suerte de vivir en una época en la que podemos estar conectados con nuestros seres queridos a través de Internet. Ayer, por ejemplo, fue el cumpleaños de un familiar muy cercano y querido, y tuvimos la gratísima oportunidad de levantar una copa y brindar... vía Skype.
No sabemos hasta cuándo durará esta situación única que estamos viviendo, pero sí sabemos, y debemos, intentar transitarla de la mejor manera posible.
En las entradas "La cuarentena para las cebras" y "Cuidando la azotea" reuní algunos consejos y enlaces que podrían sernos útiles.
Mientras tanto, yo... sigo quedándome en casa...
Ale Guasp
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Ale Guasp