Si hay algo en lo que la genética definitivamente no me favoreció, fue en la forma, estructura y fortaleza de mis dientes. Tuve mi primera caries a los 3 años, y desde ese momento, las caries y las roturas de piezas dentales se convirtieron en un clásico, que me llevó a visitar odontólogos con mucha frecuencia durante toda mi vida.
Cuando asomaron mis piezas dentales definitivas, parecía que habían venido en el talle equivocado; me quedaban enormes. Además, los dientes tenían puntas extremadamente largas y filosas, y las muelas tenían fisuras profundas. Por falta de espacio (al que contribuía mi paladar altísimo y estrecho), comenzaron a apiñarse. Las muelas se agrupaban como en manojos, y los colmillos superiores quedaron retenidos y comprimían los incisivos hacia adentro. La raíz de uno de mis colmillos estaba peligrosamente cerca del ojo izquierdo, y además de dolor, solía tener inflamaciones en los senos nasales.
Mi mordida, en lugar de tener forma de "U", era una "V" deformada. Al margen del dolor por la presión de los dientes entre sí, mi sonrisa no era algo para estar mostrando con orgullo, y el filo de las piezas dentales me lastimaba las encías. Durante muchos años, la situación económica no dio como para hacerme un tratamiento de ortodoncia, así que allí andaba yo, sonriéndole al mundo con mi racimo de piezas dentales apiñadas.
Al comienzo de mi adolescencia, el cóndilo (la "bisagra") izquierdo de mi mandíbula comenzó a desencajarse, y era divertido desplazarla de costado y ver cómo mi boca se torcía. Con el tiempo, dejó de ser divertido, porque empecé a tener dolor, y esa “gracia” que había comenzado haciendo en forma controlada, comenzó a sucederme en forma involuntaria. Años después, un odontólogo me dijo que tenía disfunción en la articulación temporomandbular (ATM).
Luego, mis encías empezaron a retraerse y a dejar al aire el cuello de dientes y muelas, y cepillarme los dientes pasó a ser un martirio. Aún haciendo el esfuerzo de cepillarme varias veces por día, tenía muchas caries, y mis dientes y muelas se fracturaban con una facilidad increíble.
A los 14 años empezaron a hacerme tratamientos de conducto. A los 20 y pico empezaron a colocarme coronas.
Como detalle pintoresco, si tenés coronas en tu boca, sabrás que -por Ley de Murphy, si se despegan (las coronas, y/o los combos "perno + corona") NUNCA lo hacen de lunes a viernes, de 8 a 20hs, sino en fines de semana, o cuando estás dando una charla ante un auditorio, o durante una reunión, o mientras estás preparándote para asistir a un evento importante. Una solución poco ortodoxa, pero efectiva, si no es posible ubicar a un odontólogo, es usar pegamento de contacto (por ejemplo, "La Gotita"), previa limpieza y desinfección de la boca y de la corona. Este no es un invento mío; es una opción de la que me habló un odontólogo, y que utilicé en más de una ocasión...